Ayer, 2 de abril de 2012, cumplí uno de mis sueños de la infancia/adolescencia. Salir de estante en la Cofradía murciana del Perdón.
Por si alguno de los que pululan por aquí no lo recuerda, a finales de los años 70 las vacaciones (escolares) de Semana Santa comenzaban el mismo día de Jueves Santo y había clase de Lunes a Miércoles.
Así que todos los Lunes Santo (al estudiar por aquella época en casa de mis abuelos y tíos de Murcia) nos íbamos a ver la Procesión del Perdón. Mi familia siempre ha sentido un especial cariño por la procesión de las “colas”. Mi madre y su familia vivían en la esquina de la calle Sagasta, en confluencia con la puerta de la Iglesia y recuerda ver la procesión desde la ventana del bajo donde cosían para las familias de entonces, recuerdan haber confeccionado más de una túnica y por supuesto haber desfilado en la procesión. Pero, si había alguien que vivía con fervor ese desfile era mi tío Francisco (el Tete, vamos). Recuerdo que nos íbamos a la puerta de “Plásticos Rafael” en la calle Sagasta, donde trabaja mi otro tío (Domingo), y nos poníamos en la acera a ver pasar los tronos. Allí siempre recordaré a la viejecita que se asomaba al balcón del edificio de enfrente (hoy totalmente deshabitado), mujer de un afamado médico de entonces, que llevada por el sentimentalismo solía derramar una copiosa lluvia de lágrimas al paso del titular, el Cristo del Perdón.
Con los años, mis dos tíos se hicieron “Cofrades Mayordomos del Santísimo Cristo del Perdón”, como les gustaba expresarlo a ellos, con un cierto tono retro del que tantas veces hacían gala, como si de comadre de pueblo se tratara (como la Vieja él visillo, vamos). Salían en el Tercio que acompañaba a su titular, cuando sólo éstos nazarenos eran los que vestían de terciopelo y raso, siendo el resto de los tercios de túnicas de tergal para promesas (como hoy, que desfilan con el primer trono. Bueno a partir de este año los segundos).
Debería tener yo unos trece años cuando acompañando a mi tío, saqué una de esas túnicas de promesas, desfilando por primera y única vez en la procesión.
Siempre me preguntaba por qué mis parientes no se hacían estantes; pero a ellos no les atraía (como me atraía a mí) esta misión. Y mira que se lo propusieron unas cuantas veces, pero siempre les gusto desfilar de penitente de fila. Incluso cuando pudieron ser Mayordomos Regidores, tampoco quisieron. Para mí, el llevar el paso a hombros me parecía una ilusión casi sobrenatural.
Desde entonces, muchas veces volví a ver la procesión.
Un buen año, conocí a la que hoy es mi mujer (murciana de la capital) y descubrí con sorpresa que su familia (concretamente su hermano mayor) era componente de la Cofradía y desfilada con “Caifás”.
Y… hace unos años que me acerqué a la Sede para ver si se pensaba sacar algún paso nuevo y me dijeron que la nave que alberga a los tronos durante el año estaba saturada y no cabían más.
Así que cuando paseando por la puerta del Corte Inglés, hace unos meses, ví el anuncio de la formación de un nuevo proyecto de paso, no me lo pensé. Pese a los años que me han caído encima en este tiempo.
Por eso, ayer fue para mí un día “muy especial”. Además a todo ello, se le suma a este primer año, otro par de “cosillas” que aportan al día pasado un carácter con mucho más “sentío”. La primera, relacionada que la persona que más quiero, se queda para mí (y mis allegados).Por si sí, o por si no: GRACIAS. La segunda, está relacionada con alguien que ya he nombrado antes, e importante en este asunto. Mi tío. Siento que, llevado por el miedo a la realidad o a la muerte; le debía una. Para mí, ayer cumplí con ese débito. Espero que para él, también.
Por eso, en mi estreno con la Cofradía intenté despegarme poco de la tabla, aunque me costara un esfuerzo suplementario, que me supo a “gloria”.